La vida a bordo en una campaña oceanográfica se estructura en turnos de comida y turnos de trabajo, pero también en amaneceres y puestas de sol (aunque a veces se confundan). Es, sobre todo en estos momentos, cuando uno se queda mirando el horizonte y deja navegar la imaginación y la memoria, dando perspectiva a la vida: la vivida y la que queda por vivir.
En uno de esos mágicos momentos es cuando me he acordado de la canción de mi admirado Luis Eduardo Aute, “El niño que miraba el mar”, y me he sentido como él, trasladado al malecón de La Habana, mirando a ese niño, que es uno mismo, oteando el más allá del fin del mar. A mi también me gustaría sentarme a su (mi) costado, para verme en su futuro, desde todo su pasado, mientras él me ve mirar, a ese niño que miraba el mar. Sin embargo, cuando miro a mi pasado desde el futuro pienso que cambiaría muy pocas cosas; tal vez haber podido mirar más al horizonte para tener una mejor perspectiva de la vida. Quizás por eso no he parado en esta campaña de mirar al mar a través de ventanas imaginarias, mirando a mi costado, como esperando encontrarme con el niño oteando el más allá.
Si pudiera hablar a ese niño desde mi pasado, mirando hacia el futuro, le diría que no crezca muy deprisa, que no deje nunca de aprender de los demás, sobre todo de los que son más jóvenes, y que se rodee siempre de gente humilde, que por lo general es la más sabia. Y le haría mirar a través de las ventanas abiertas del barco para presentarle a toda la gente sabia, que me ha rodeado durante estos días, sobre todo a los más jóvenes, que cada día nos han regalado lecciones de esfuerzo, ilusión y madurez. Y le diría que cuando mire hacia el futuro da igual si el sol está saliendo o poniéndose, que lo único que importa es que nunca pare de mirar al más allá . A todos los que me habéis hecho volver a mi pasado para mirar hacia el futuro en esta campaña, y que me habéis regalado vuestra ternura y sabiduría, ¡gracias de corazón!
Mu'potito, amigo 🥲🥲