Hay hechos que quizás uno debe guardar en su memoria, otras veces los debe traspasar.
Cuando el Sarmiento de Gamboa llegó a puerto, final de la campaña, una actividad frentica recorría el barco. Se guardaba el instrumental científico, se cargaban las cajas en la furgoneta, etc. De repente, escuchamos una explosión tremenda. Al girar la cabeza vi una gran nube de polvo que iba ascendiendo y que tendría 200-300 m de altura. No comprendía qué estaba pasando, por lo que continuaba mirando a mi alrededor. Vi a un hombre corriendo, me fijé y era Javier Arístegui, el jefe científico de la campaña. Corría al borde de perder el aliento, cuando parecía que le flaqueaban las fuerzas, nuevamente aceleraba, y así unos mil metros hasta llegar al final del espigón del puerto y justo enfrente de donde había ocurrido la explosión. Permaneció allí a lo lejos, observando que había pasado y si alguien necesitaba ayuda, al cabo de 10-15 minutos, regreso. Nunca llegaron ni ambulancias ni policía. Al día siguiente supimos, por los periódicos, que era una voladura controlada de una gran grúa que cargaba contendores. La actitud de Javier le honra y es un ejemplo para todos.
El lugar del suceso.
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